Descubriendo Rundu y la magia de Namibia

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Tomàs Garcia

Ya casi no recuerdo como se me ocurrió ir al África Austral, entrar de cabeza en el África negra de la que había visto documentales a diario. Después de mirar el mapa y ver que era una zona absolutamente desconocida en mi vida como viajero, el destino me pareció extrañamente lógico. La decisión de los países fue por mero conocimiento de los mismos: Namibia y Botswana eran países sobre los que había leído y oído lo suficiente como para «conocerlos» desde la lejanía. Su geografía, ciudades, etnias, su política o sus parques me resultaban familiares, seguros y atractivos. Y así fue como conocí la alborotada Rundo y la magia de Namibia.

Carretera de CapriviAsí es, en Namibia encontré uno de esos rincones en los que te sientes como en casa. Fue a las afueras de Rundu, la puerta de entrada a la franja de Caprivi y último lugar con algo parecido a la civilización antes de llegar a la capital de la región, Katima Mulilo, a más de 500 km de distancia y separadas por una carretera en línea recta bastante decente que cruza toda la franja de Caprivi atravesando pueblos de chabolas y esquivando ganado o niños que van en grupo a la escuela más cercana.

Rundu fue clave en el conflicto por la independencia de Namibia entre la SWAPO (actual partido político gobernante) y el gobierno sudafricano y hoy es lugar para llenar el depósito del gasolina, hacerte con provisiones y sacar algo de dinero antes de afrontar la larga etapa hasta Katima Mulilo. La capital de la región de Kavango puede parecer una ciudad algo ajetreada nada más toparte con ella. Vuelve a aparecer el tráfico tras horas de conducción a solas y la multitud de gente domina de nuevo las calles. Vuelves a estar, al fin y al cabo, en una ciudad, la segunda más grande del país.

Un campo de fútbol en la frontera entre Angola y Namibia

A unos pocos kilómetros del centro neurálgico de Rundu se encuentra un retiro que parece sacado de otro lugar. Allí, el desorden y vértigo de las ciudades africanas se para por completo para dar paso al silencio. Reconozco que se iba un poco de presupuesto, pero después de varias semanas en una tienda de campaña un par de metros por encima del suelo y soportando temperaturas durante las noches que ni siquiera se acercaban a algo mínimamente confortable, pensamos que nos habíamos ganado una noche (una sola noche!) de comodidad. Y ahí es donde apareció el N’Kwazi Lodge, dotado de varias cabañas sencillísimas pero que supieron a gloria.

La comodidad fue importante, no os engañaré, pero lo que realmente marcó esa breve estancia fue su ubicación, a orillas del río Okavango y con Angola justo en frente (el río hace de frontera natural entre Namibia y la ex colonia lusa), tan solo a unos metros de agua y con unos cuantos hipopótamos y cocodrilos como «único» obstáculo para atravesarlo.

Allí, en las instalaciones del lodge conocí a Isaac y Joseph, dos jóvenes que trabajaban de jardineros a jornada completa a cambio de un salario y el alojamiento, y con los que mantuve una agradable charla futbolística. Conocían a Messi, a Ronaldo y charlamos sobre la selección angoleña un buen rato mientras mirábamos más allá del río un campo de fútbol en el que jugaban unos niños con el peligro de que uno de los tiros a portería acabase con el balón en poder del río.

Puesta de sol en el lodge

Fue una noche perfecta, sin tener que bajar del techo del coche (con todo lo que ello comporta) a varios grados bajo cero para ir al baño público del camping, sin aguantar los efectos de la condensación del aire que durante varias noches convirtieron nuestra tienda en algo más parecido a una ducha que a una cama. Y sobre todo, con el sonido del río y de sus habitantes, como un hipopótamo que se hizo notar durante toda la noche y del que llegamos a dudar de si no lo teníamos más cerca de lo que pensábamos.

Ya por la mañana, y teniendo que abandonar ese retiro que nos había recargado las pilas al máximo en solo unas horas, nos dirigimos al diminuto y muchas veces obviado Mahango Game Park, un parque que a parte de hacer frontera con el noroeste de Botswana tiene una peculiaridad: está permitido bajar del coche (a tu cuenta y riesgo, por supuesto). búfalos en Namibia

El parque, como decía, es pequeño y se recorre en algo más de una hora, aunque luego puedes estar dando vueltas todo el día para ver animales.
Puesta de sol Mahango Game Park

Merece la pena un alto en el camino para disfrutar del que según los locales, es uno de los lugares de Namibia donde es más sencillo toparse con búfalos. Luego íbamos a comprobar que era cierto. Y vale la pena dejarse llevar unos minutos, bajar del coche y recorrer unos metros a pie para que te invada la sensación de vulnerabilidad absoluta.

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