Noruega y sus famosos fiordos son siempre un objetivo que permanece en la mente de todos aquellos viajeros que no los han visitado, como era mi caso. Idealizas en tu imaginación los posibles paisajes, sus cascadas y todos sus monumentos naturales, así cómo algunas postales tan típicas como las casas de colores del barrio de Bryggen en Bergen. Tras varios años de pensar en cómo y cuando visitaría esta fascinante parte del mundo, por fin llegó la oportunidad y he podido cumplir ese deseo. ¿Cómo? Pues siempre había pensado que sería en carretera, con un coche y llegando heroicamente al mítico Cabo Norte, el extremo norte del continente, pero repentinamente salió la opción de hacerlo mediante un crucero y nos lanzamos a ello.
Es evidente que la perspectiva de una visita a Noruega y los fiordos es distinta si la visitas en coche o mediante un crucero, pero una no tiene porqué ser mejor que la otra, simplemente son alternativas que en muchos casos acaban siendo incluso complementarias, porque al llegar a un fiordo, por poner un ejemplo en coche, obtendrás unas panorámicas generales sublimes del mismo,
pero se hace casi imprescindible contratar algún tipo de tour en barco para verlo desde dentro, navegar a través de toda su profundidad entre las descomunales paredes. Sin ir más lejos, la perspectiva desde la que se disfrutan algunos enclaves como el fiordo de Geiranger, son imposibles de conseguir fuera de un barco.
Nuestro crucero duró 12 días y las paradas fueron diversas y en buen número, diversificando visitas para abarcar todo tipo de gustos, desde fiordos como el de Geiranger hasta pequeñas y coquetas ciudades como Alesund. El recorrido partía de la ciudad alemana de Hamburgo y llegaba hasta el Cabo Norte, con múltiples paradas en el camino.
Índice
Hamburgo, el mejor entrante alemán para un viaje a Noruega
La conocida como ‘Venecia del Norte’ es sin duda una ciudad excepcional. Bella, calmada y ordenada. Una buena manera de empezar con ella puede ser pasear por el lago Alster, un pequeño lago artificial en el centro de la ciudad que ofrece paz y tranquilidad a quienes lo recorren por su orilla. Este recorrido debe desembocar de manera innegociable en el Rathaus, el ayuntamiento de la ciudad es probablemente su edificio más destacado y un monumento arquitectónico de tamaño descomunal.
Cuando dejas atrás el Rathaus, las expectativas que uno tenía sobre la ciudad ya habrán crecido y aunque personalmente no creo que haya nada que supere a esta magnífica construcción, hay que decir que la ciudad no acaba aquí. La imponente Catedral de St. Michaelis y las vistas desde su torre te dejarán sin aliento antes de llegar al otro emblema de la ciudad, el archifamoso Elbphilharmonie o Filarmónica de Hamburgo, en el distrito de Hafen City y con un perfil que cualquier arquitecto reconoce pese a que a los mundanos puede que nos resulte algo menos conocido. Sea como sea y aunque no lo conocieses antes, no lo olvidarás tras visitarlo, desde abajo y también aprovechando los tickets gratuitos que reparten en las taquillas para poder subir a la plaza de la parte superior y conocerlo desde dentro.
Pero un recorrido por la ciudad estaría huérfano sin un paseo por el pintoresco barrio de Sankt Pauli, un barrio libre al estilo del barrio rojo de Ámsterdam, que se agita por la noche y enciende sus luces de neón, exhibe sus oportunidades en forma de pecado y tienta al viajero con sus malas intenciones. Pero el barrio que vio nacer a The Beatles (no dejes de ver la plaza en su honor) no es solo vicio y lujuria, y es justo decir que se trata de un lugar conocido mundialmente por su aceptación y su integración, siendo un ejemplo a la hora de reclamar de manera activa derechos humanos y sociales. Si tenéis alguna duda sobre ello, podéis buscar en la red sobre las iniciativas que han activado tanto el barrio como su famoso equipo de fútbol, que sin ir más lejos, ofreció alojamiento en su tribuna a doscientas personas que hace pocos días fueron a protestar contra el G20, reunido en la ciudad esos días.
Y si de verdad quieres acabar con el mejor sabor de boca posible de la ciudad, puedes ir a comer o cenar al Hofbraühaus, con varios restaurantes en la ciudad, este local de origen bávaro es de lo más típico que puedes encontrar y sirven un currywurst y un pastel de queso y patatas delicioso. Por supuesto, todo bien acompañado de una buena jarra de cerveza.
Alesund, la ciudad a los pies del Monte Aksla
Alesund es una ciudad pequeña y pausada que es todo un ejemplo de como renacer de tus propias cenizas. Un incendio hace más de una década (en 1904) destruyó gran parte de la ciudad, que aprovechó las tendencias del momento para volver a alzarse como ejemplo del art noveau alemán, gracias en gran parte al káiser Guillermo II de Alemania, que veraneaba en la ciudad. Pero la orografía de la ciudad también ayuda a su belleza. Alargada, cortada por una lengua de agua en dos partes y coronada en uno de sus extremos por el magnífico Monte Aksla, al que se puede subir accediendo desde el Byparken a través de sus 418 escalones que llevan hasta el mirador de Fjellstua. Desde aquí, el panorama de la ciudad es imponente, pudiendo ver todo el archipiélago, incluyendo la pequeña isla de Giske, en la que nació el famoso vikingo Rollo.
Honningsvag, el Cabo Norte y el sol de medianoche
Situado a 35 km del Cabo Norte, Honningsvag se considera la ciudad más al norte de Europa (y del mundo, según la consideración de ciudad). Tras ella, solo se encuentra el mágico Nordkapp como extremo del continente. Y sí, el Cabo Norte es un enclave mágico, porqué a parte del centro de visitantes y la conocida bola del mundo que marca el punto más al norte del continente europeo, no encontrarás nada más. Y sin embargo, llegar allí es una sensación que pocos viajeros olvidan y se convierte desde el momento en el que lo pisas en un lugar marcado a fuego en tu memoria. Llegar al norte de Europa a través de sus carreteras plagadas de nieve, lagos y rebaños de renos es indescriptible.
Tras pasar el tiempo que estimes oportuno devorando el paisaje, toca emprender el camino de vuelta a la coqueta Honningsvag para visitar su diminuta iglesia de madera, una de las contadas iglesias que quedaron en pie en el norte de Noruega tras la Segunda Guerra Mundial, sirviendo a la postre para alojar a todo un pueblo que durmió durante varios días tras ver destruidas casi la totalidad de las casas.
Con el agitado día estarás deseando irte a la cama, pero tendrás que esforzarte un poco porque aquí el cuerpo no te lo va a pedir y es que hasta finales del mes de julio se produce el fenómeno del sol de medianoche, por el cual hay 24 horas de luz solar. Exacto, no se hace nunca de noche. Y esto es tal cual y fue una de las cosas que más me impacto de este viaje, por mucho que pasen las horas y entres en la madrugada, el sol no desaparece y la luz es como si estuvieses en plena mañana durante todo el día. Un efecto curioso que evidentemente afecta al ritmo de tu cuerpo, ya que difícilmente te pedirá a plena luz del día meterte en la cama a dormir! Ya os digo, un fenómeno de lo más increíble.
Tromso, la capital del Ártico
Aún por encima del Círculo Polar Ártico, Tromso es una de las ciudades más grandes del país y la más importante del norte de Noruega, además de ser uno de los mejores lugares del mundo para cuando toque, ir a la caza de las auroras boreales.
Conocida como la ‘capital del Ártico’, Tromso tiene dos puntos clave que nadie, absolutamente nadie que viaje a Noruega debería perderse. El primero es el monte Floya, a 420 m. de altura y al que se accede con el funicular de Fjellheisen o caminando por un sendero bastante empinado. Una vez arriba, la vistas son tan impresionantes que desearás pasar allí todo el día. El segundo es la Iglesia de Tromsdalen, más conocida como la Catedral del Ártico y se calcula que es la atracción más fotografiada del país.
Pero Tromso es mucho más y en tu visita de la cuidad puedes recorrer la bonita Catedral de Nuestra Señora de Tromso, construida en madera, el barco MS Polstjerna, famoso en la caza de focas y que hoy alberga un museo dedicado a las condiciones de vida a bordo de un barco en el ártico, el curioso edificio de la Biblioteca Pública y Archivo de la ciudad, anterior sede del
cine Fokus y con una cubierta inspirada en el famoso arquitecto mexicano Félix Candela. Puedes acabar en la bonita calle peatonal principal (Storgata) recorriendo los comercios locales y acercándote a la saludar a la estatua de Roald Amundsen, el primero en llegar al Polo Sur, que queda un poco lejos…
Islas Lofoten, un paraíso de playas de arena blanca en el Ártico
Este conjunto de islas es una de las paradas estrella en cualquier viaje por Noruega. Paisajes de ensueño, altos picos nevados rodeadas por la inmensidad del agua, pequeños pueblos de pescadores con un encanto especial e incluso algunas playas de arena blanca con un agua cristalina en las que, si la temperatura acompaña (nada fácil en estas latitudes) puedes darte un baño de lo más selecto.
Alquilar un coche puede ser lo más práctico ya que, todas las islas están conectadas mediante túneles subacuáticos o puentes y son de muy fácil acceso. Con él podrás llegar a los pueblos que elijas, planificar bien tu ruta y disfrutar de los maravillosos paisajes por el camino.
Nosotros visitamos la relativamente grande Leknes, centro de muchas actividades de las Lofoten, el popular Nusfjord, pequeño y con encanto aunque con bastantes turistas, el minúsculo Flakstad y su iglesia roja de madera en lo que es una estampa sublime y decidimos llegar hasta el final del archipiélago, donde se encuentra el pueblo con el nombre más peculiar, Å, también salpicado por casas de pescadores y un buen restaurante en el muelle, donde los bocadillos de salmón ahumado son deliciosos.
Hay otras muchas pequeñas localidades, como Hamnoya, Ramberg, Henningsvaer, Svolvaer o Nyksund, así como los puntos panorámicos de Einangen y Hagskaret. Y otras muchas que seguro nos dejamos en el camino, pero que con tiempo son fáciles de recorrer por carretera y seguro que permiten de disfrutar del camino como lo hicimos nosotros.
Trondheim, la ciudad de los universitarios
La tercera ciudad más grande de Noruega es el emblema universitario del país y aún destila algo de la grandeza de la que antaño fuese capital nacional. Esa grandeza adquiere su mayor esplendor al observar la gigantesca Catedral de Nidaros, una obra maestra de la arquitectura gótica en los países nórdicos. Al lado, el Palacio de Arzobispo y el museo que muestra la historia real noruega también deja entrever los tiempo exitosos de Trondheim.
Aunque un paseo por esta ciudad debe comenzar ineludiblemente por estas dos magníficas construcciones, no se debe pasar por alto el puente viejo (Game Bybro), uno de los símbolos de la ciudad que conecta desde 1681 la dos partes de la ciudad, cortada por el río Nidelva. Al otro lado del puente encontrarás una estampa bonita gracias a las casas de madera de colores tan típicas en el país, que dan entrada al hoy bohemio barrio de Bakklandet, donde se puede disfrutar de un café en alguno de sus encantadores locales.
Aunque hay otros lugares con cierto encanto en la ciudad, como los jardines Stiftsgården, en un palacio construido en el siglo XVIII y que hoy es una de las residencias reales o la calle comercial Nordre gate, con comercios de todo tipo y cafeterías para hacer un impás, ninguno llega a la altura de los anteriores, que sin duda convierten a Trondheim en una de las paradas más relevantes del viaje.
Geiranger, un fiordo con mayúsculas
Llegar a Geiranger en barco a través del fiordo fue probablemente la sensación que me despertó mayores emociones del viaje. Es apasionante traspasar sus paredes salpicadas por constantes saltos de agua que van de menos a más conforme te acercas al pequeño pueblo por el que recibe nombre el fiordo. El punto culminante llega cuando cruzas la Seven Sister Falls, una cascada que se va bifurcando en hasta siete bajantes de un tamaño extraordinario. No es difícil quedarte boquiabierto un buen rato ante tal espectáculo natural.
Tras llegar al pequeño muelle y realizar el oportuno desembarco, deberás cruzar el pueblo, habitualmente plagado de visitantes, hasta llegar a la cascada que desemboca a los pies de Geiranger. Allí empieza un no demasiado largo camino de subida por el borde de este bajante de agua que se transforma en cascada en algunos puntos. Al final del camino te espera el centro de visitantes de la UNESCO con información del fiordo y unas cookies deliciosas que podrás oler desde antes de cruzar la puerta.
De nuevo en el pueblo, si no dispones de vehículo propio es imprescindible acercarse a la oficina de Geirangerfjord Tours, una pequeña agencia local preparada a la perfección para la marabunta que se acerca cada día a este pequeño pueblo con apenas 250 habitantes permanentes. Allí puedes contratar varios tours en autobús, barco, kayak, etc. y acercarte con ellos a puntos tan singulares y especiales como el punto panorámico de Flydalsjuvet, la cima del monte Dalsnibba y su recientemente estrenado skywalk al puro estilo Gran Cañón, el lago Djupvatn o el impresionante Eagle’s Bend o mirador de Ørnevegen, al final de la conocida carretera de los trolls. La cuestión no es si te va a gustar este recorrido, la pregunta aquí será que punto será el que más te impresionante.
Bergen y el curioso caso de su mercado de pescado
Probablemente todos hayamos visto en algún momento las típicas casas de colores de Bergen como postal representativa del país, y con la expectativa de encontrarme con esa maravillosa panorámica llegaba a Bergen. Y aunque a día de hoy esas casitas tan típicas hayan quedado principalmente para el uso de tiendas de recuerdos, es igual de cierto que la imagen sigue siendo deslumbrante y llamativa para la vista. Y también es cierto que personalmente, el barrio de Bryggen me gustó (así es como se llama el barrio donde se encuentra el conjunto de casas).
Y también me gustó Bergen, una ciudad grande pero tranquila, con bonitos enclaves como la Fortaleza de Bergenhus, destruida durante la II Guerra Mundial y restaurada posteriormente, o la Catedral de San Olav, muy en obras durante nuestro paso por la ciudad, pero que conserva los fundamentos de dos construcciones previas sobre las que se levantaron la actual catedral. Así como lugares como por ejemplo el Byparken y su lago Lungegardsvann, perfecto para pasar un buen rato entre naturaleza o, el funicular Fløibanen hasta lo alto del monte Floyen, desde el que se obtienen las mejores panorámicas de Bergen, aunque durante las horas centrales del día hay que estar preparado para hacer cola.
Pero sin duda, lo que más peculiar me pareció fue su Fisketorger, plagado de paradas con pescado fresco y todo tipo de productos artesanales donde hacer un alto en el camino disfrutando de un buen salmón salvaje, un bacalao o simplemente una soberbia mariscada. También encontrarás carne de ballena, animal protegido en el resto del mundo (solo se puede pescar en Islandia, Noruega y Japón por ‘costumbres ancestrales’) y que representa un tipo de pesca a la que personalmente no quiero contribuir. Pero para el que no tenga dilemas éticos, es una oportunidad para probarla.
La curiosidad de este mercado de pescado se da cuando vas viendo que en casi todas las paradas los propietarios son extrajeros, gran parte de españoles o italianos, que según nos explicaron vienen a Bergen durante varios meses a trabajar en este mercado y vuelven a casa con los bolsillos bien llenos para pasar el resto del año. No es sencillo encontrar propietarios o trabajadores locales en el Fisketorger de Bergen y sin embargo es habitual que te acabes comunicando en los puestecitos en tu propio idioma.
Hola! Muy interesante tu viaje..
Nosotros no somos mucho de cruceros, nos agobia el hecho de que sean tan masificados y se pierde un poco de autenticidad en el viaje, pero este año mi padre se ha jubilado y quería compartir con Nosotros un viaje a Noruega, y para ellos es más cómodo un crucero.
Podías darme datos de cual escogiste vosotros? Que compañía? Funcionaba bien??
Muchas gracias!
Un abrazo